un lugar donde digo lo que se me canta el orto.

sábado, noviembre 20, 2004

La inconciencia a la que nos lleva el alcohol

Leo un editorial de clarín sobre "el tema" del alcohol en los jóvenes. No es más que otro más que se desayuna que los pibes son de tomar. La conclusión es algo como que hay que ayudarlos porque son adictos y poner límites.
Con respecto a la adicción, es claro que es posible que algunos la tengan y que, privadamente, deban ser tratados. Aún esto, de todos modos, debe contar con la voluntad de salir hacia algún lado por parte del interesado.
Pero (y lo enganchamos con el asunto de los límites) colectivamente todo esto es una pedorrada. Cada adicto es un enfermo, sea. Ahora, si son miles y miles ¿de qué carajo estamos hablando? ¿Socialmente, colectivamente, nuestra respuesta es que hay que poner límites? El 95 por ciento de esos adolescentes que toman a reventar tiene formalmente prohibido tomar alcohol. Por sus padres y por el Estado. El único camino que queda por ahí es "que se cumplan las leyes", como suele pedirse alrededor del "tema" de la inseguridad. Pero también aquí eso no va a servir de nada: aun si más efectivos, esos límites sólo van a volver (con suerte) más eventual el consumo pero a la vez mucho más explosivo. Prohibir (y más empezar a prohibir) tiene este efecto contraproducente.
Por otro lado, ningún pibe que no tenga un problema grave (una vida de mierda, un hogar de mierda, una escuela de mierda, un país de mierda, una falta absoluta de alternativas) se vuelve un alcohólico. Lo dice un ex-adolescente bebedor con una vida oscilante.
Un último comentario: se proponía en la nota hacer con el alcohol algo parecido a lo que se hace con el tabaquismo, que efectivamente va cediendo terreno. Además de que no es tan simple hacer un ataque efectivo contra la sacrosanta propiedad privada (los boliches que no sirven para nada si no se vende alcohol, las bebidas que no podrían mantener sus niveles de venta sin los menores), lo mismo que con el cigarrillo, se nos propone ser agentes inconscientes de cambios de los cuales desconocemos las implicancias. Todo existe por alguna razón y esa razón no puede ser ninguna de la excusas individuales para empezar a fumar o a beber. Si esa causa permanece oculta, no sabemos lo que pasa cuando se operan estos cambios. Aquello por lo cual la sociedad necesitaba el cigarrillo puede estar manifestándose de una manera más destructiva aún.